Creo que ha llegado el momento de retomar el tema de la pandemia por Covid-19 que nos golpea tan fuertemente a todos. Sigue el tira y afloja entre todos los que se creen con el derecho a opinar entre la confinación y la libertad de movimientos, aunque sin bases científicas, solamente empíricas. También entre la velocidad de la infección, la ocupación de las camas críticas, la mortalidad y la libertad para trasladarse y seguir trabajando para no morir de hambre, son temas recurrentes. Tiempos duros, nuevos, sin tranquilidad para pensar en las mejores estrategias para dejar a todos contentos. Bueno, eso es imposible, siempre que alguien gana es otro el que pierde algo. Así ha sido siempre, por eso es que el comportamiento más racional apunta a llegar a condiciones de equilibrio para no favorecer ni perjudicar a nadie. Tarea difícil, el egoísmo natural en el ser humano y el fanatismo irracional de ciertas corrientes de opinión, basadas en creencias sin fundamentos razonables, hacen que la balanza siempre pese más de uno u otro lado, en forma alternada y, a veces, fatal. La historia está plagada de eventualidades odiosas que muchas veces llevaron a guerras crueles y a matanzas genocidas de difícil comprensión en seres pensantes que se autoproclaman superiores a los animales.
Pero en este barco navegamos todos y si se va a pique, todos naufragaríamos sin remedio. He ahí por qué es necesario educar insistentemente a nuestras poblaciones para hacerles entender que el espíritu solidario es fundamental para llegar a buen puerto. Nada resolverían los motines, sólo desorden y rémora en el viaje. Pero cuando la función de educar por parte del Estado ha sido abandonada por más de 30 años, la conducta de todas estas generaciones se va a ver reflejada en los desorden, anomia, apatía, rebeldía, inconsistencia y falta de valores morales que ayuden a refrenar los impulsos descontrolados, frutos irremediables de la ignorancia. Y en medio de esta realidad social que enfrentamos con angustia y cierta desesperanza desde 2019, se planta entre nosotros la pandemia para aportar una guinda demasiado grande en una tortita empequeñecida y debilitada. Podríamos declamar a coro con Celedonio Menares, cuando decía en el tradicional programa radial de antaño, La Familia Chilena: ¡Señor, dame tu fortaleza!
En nuestros anteriores análisis veíamos que el curso natural de toda pandemia por agentes infecciosos sin tratamiento conocido, se agota espontáneamente cuando el número de los infectados que desarrolla inmunidad sobrepasa a los restantes susceptibles de infectarse. Este es el punto de equilibrio necesario para que empiece a ser efectivo el descenso de la velocidad de propagación de la infección y el comienzo del agotamiento paulatino de la epidemia. Hay consenso epidemiológico que el curso decidido de retorno a la normalidad se logra cuando el 70 % de la población ha adquirido la inmunidad correspondiente, lo cual se conoce como «inmunidad de rebaño», y muestra la definitiva tendencia al agotamiento de la infección. Sin mediar estrategias de contención, este fenómeno dejado a su libre comportamiento dinámico, implica una gran velocidad de propagación, siguiendo una curva exponencial de crecimiento, y un elevadísimo costo en morbilidad y mortalidad, de acuerdo con la virulencia del agente patógeno. En Chile, esta cifra se estima en 13.300.000 habitantes que corresponde al 70 % de 19 millones, población estimada total, incluyendo a todos los inmigrantes que llegaron después del 2016. Si al momento del día 0, con la llegada del primer caso al país, caso 1, aplicáramos sin control alguno la curva de crecimiento exponencial esperada, doblando cada día el número de infectados, la inmunidad de rebaño se lograría en 2 elevado a la 24 potencia, por lo tanto la epidemia se agotaría a partir de un mes. Pero con un elevadísimo costo en salud pública e individual, dado que, en este caso del Covid-19, con la no despreciable tasa de mortalidad observada en Chile del 2,4 %, habría significado, teóricamente, más de medio millón de fallecidos, pero en el mismo corto periodo de tiempo. Esto habría provocado un colapso sanitario imposible de soportar ni absorber, aún con todos los recursos disponibles. Hubo países, como Suecia, que intentaron al comienzo implantar este tipo de estrategia, pero a poco andar notaron que las tasas de mortalidad se le estaban disparando y no podrían soportar la presión sanitaria de los casos que requerirían hospitalización, a pesar de su condición de país desarrollado y económicamente estable. Por eso se pusieron en marcha los planes de atenuación basado en la limitación del riesgo de exposición al agente: confinamiento, toques de queda, cuarentenas estrictas por periodos y zonas. Junto a la preparación de mejorar la infraestructura sanitaria para atender a los casos graves y la educación intensiva a la población para prevención de contagios: lavarse las manos, el alcohol gel, la mascarilla y el distanciamiento. Estrategia empleada en Chile desde el comienzo.
Así, la acción de la Autoridad Sanitaria ha logrado que la curva de crecimiento de la pandemia vaya adoptando una forma aplanada con exacerbaciones puntuales, como consecuencia del comportamiento no disciplinado de la población. Eso ha provocado un ir y venir de las medidas de control, pero era lo esperable en estos casos y es también observable en otras latitudes. Todo por evitar el colapso del sistema de salud. Al 2 de abril han pasado 396 días de pandemia y hasta ahora, 1.011.485 chilenos se han infectado adquiriendo inmunidad o fallecido. Es decir, han salido del universo de susceptibles. Es apenas el 7,6 % de la población necesaria para la inmunidad de rebaño, 13.300.000 personas. Apliquemos ahora simples operaciones matemáticas: 100/7,6 = 13,15 veces 396, los días transcurridos desde el comienzo de la epidemia, es decir, 5.207 días para llegar al 70 %, equivaliendo a 13,26 años. Como ya pasó un año, tendríamos esperanzas que la infección se agotara espontáneamente para fines del año 2033. Abismante ¿no?, pero eso es lo que pasaría al ritmo actualmente observado, MANTENIENDO UNICAMENTE TODAS LAS MEDIDAS ACTUALES. Pero tranquilidad, apareció la vacuna y eso cambia todo. Hay ahora un factor externo que modificará para mejor la evolución de la infección.
Han pasado 60 días desde que se inició la vacunación en Chile. Ya se ha vacunado completamente, con las dos dosis del inóculo, a 3.843.651 personas, lo cual equivale al 28,9 % de la población a vacunar (13.300.000), pero ya tenemos 1,011.485 infectados o fallecidos, no susceptibles ya, por lo que debemos restarlo del patrón a vacunar: son así 12.288.515. Hagamos el mismo cálculo que hicimos para la situación sin vacuna: 100/28,9 = 3,46 veces los 60 días que han pasado, dan un total de 224,4. Esto significa que si el ritmo de vacunación se mantiene, en 207,6 días se lograría la inmunidad de rebaño desde el día de inicio del programa de vacunación, menos los 60 que ya han transcurrido, son 147,6 días. Esto es, casi 5 meses. A fines de Junio se lograría la inmunidad de rebaño, probablemente en algo menor plazo si se descuentan cada día los que van infectándose espontáneamente, y a fin de año ya la pandemia habría pasado al olvido. Las cifras podrían mejorar sin dudas, al aumentar la velocidad de vacunación completa. Desde este punto de vista, opino que todos los días debiera vacunarse a completa capacidad, sin bajar el número en los fines de semana, lo cual está ocurriendo ahora, perdiendo una valiosa oportunidad de acortar el periodo activo de la epidemia. ¿Por qué no invertir dinero en pagar sobretiempo a los equipos de vacunación? ¿Por qué no mantener funcionando todo los días los miles de vacunatorios que han sido habilitados? La epidemia no descansa los fines de semana y los dineros que fuera necesario invertir para esto serían los mejor empleados en estos momentos. Seguro que habría igualmente miles de voluntarios dispuestos. Estamos en una tremenda crisis, olvidemos la burocracia. Recordemos que cada 20.000 vacunas extra aplicadas diariamente se acorta en un día la pandemia y, por lo tanto, trabajando todos los fines de semana se puede llegar a acortar hasta en un mes el periodo más crítico. Seguro que los beneficios que esto representa exceden, con creces, los posibles gastos ocasionados para ello.
He ahí la tremenda acción de la vacuna. Falta demostrar que estos valores teóricos se confirmen a través de la real afectividad de los diferentes inóculos que están siendo empleados, pero eso también dependerá de la velocidad de vacunación. Su incremento es la verdadera solución para hacer más breve este prolongado sufrimiento.
La esperanza es lo último que quedaba al fondo de la caja de Pandora. Hagámosla nuestra.