Cambio de Era.

Soplan vientos de tormenta. Violentamente ha cambiado el clima en la superficie del planeta, afectando a todos por igual. Algunos territorios y países grandes, poderosos, están en medio del torbellino. Otros, más pequeños, como nosotros, con nuestros propios remolinos insignificantes, nos vamos plegando al caos universal, pero sufriendo en proporción a nuestro tamaño, los mismos momentos de angustia y falta de perspectivas claras que el resto. Cuando ellos estornudan, sin embargo, nosotros nos agripamos y muchos de los nuestros sucumben con neumonía, como consecuencia de que nuestras defensas son mucho más precarias.

Estamos cambiando de Era. Se nos vienen cambios casi de tipo copernicanos. Amenazados ya con la aparición de movimientos rupturistas de todo tipo, fuertes y organizados, no tan nuevos, pero reforzados y envalentonados. Alteraciones de nuestro lenguaje, feminismo, igualdad de género y sexual, indigenismo, naturalismo, ecologismo, animalismo, derechos humanos más allá de la lógica y el sentido común. Como si la conciencia universal hubiera enloquecido y no se visualiza cerca el siquiatra que pueda aportar la terapia adecuada.

En este pequeño territorio del sur de América también hemos caído en la tentación de involucrarnos en estos cambios revolucionarios. Pero a nuestro nivel, a nivel de barrio, donde el más fuerte se impone, donde la pichanga se juega sin leyes claras y el que golpea más se lleva la pelota. Hemos escogido en las urnas a los agentes de una renovación, jóvenes dispuestos a impulsar nuevos idealismos que, lamentablemente, se parecen mucho a los de hace más de medio siglo. Sus actuales discursos no están mostrando un intento de renovación creativa, más bien parecerían estar apuntando hacia un retroceso destructivo. Los viejos estandartes de la política fueron superados, vilipendiados y pasados a retiro por las generaciones nuevas. Su alejamiento parecería ser un avance. Pero ellos se fueron sin daño, ocultando sus rencores, bien forrados, dando la impresión de no verse afectados mayormente, con un futuro asegurado aquí o en el extranjero. Es natural, fueron la casta privilegiada del sistema anterior y podrán seguir, si así lo desearan, observando el desempeño de quienes los desplazaron, ya fuera por curiosidad o por el morboso interés de verlos fracasar. O, quizás, esperanzados de poder intentar un posible retorno.

Hemos elegido, esta vez, un presidente joven, inexperto en la alta política, premunido solamente por ideales de reforma de las viejas instituciones y muy crítico de sus desempeños históricos. Pero vemos con cierto estupor que la mayoría sus acompañantes en las tareas de gobierno son personas parecidas a él. Que ventilan idealismos trasnochados de épocas pasadas y fracasados en todas los lugares en que han tratado de ponerlos en práctica. No han vivido esos fracasos, a causa de su juventud, y tampoco parecen haber estudiado la historia. La historia, que es la verdadera escuela para entender el futuro y no caer en los mismos errores. Y vemos, además, que muchos de esos idealismos extremos se contraponen, se contradicen, no forman un todo homogéneo y eso es un impedimento para avanzar en una línea definida, sea cual sea, positiva o negativa. Las diferentes pulsiones son, en sí mismas, instrumento de fracaso. Vemos con interés cómo nuestro joven líder será capaz de sortear estas diferentes presiones, ya que cada una de las facciones querrá llevarlo hacia su molino. El bien del país se soporta en una conducción firme, con los pies bien puestos en la tierra, con el desarrollo de mejores condiciones para todos, sin espíritu de revancha, sin tratar de cambiar una casta privilegiada por otra. Es un deseo muy sentido por la población poder bajar de su pedestal a todos los políticos, hacer efectiva esa máxima que dice que el «funcionario público, y todos los políticos lo son, están elegidos para ponerse al servicio del pueblo y no para servirse del pueblo». Y, tenemos que reconocer, que precisamente esto último es lo que siempre hemos visto, con prebendas y beneficios escandalosos, casi obscenos. Viviendo en mundos paralelos alejados del resto de los ciudadanos.

No debemos olvidar que hoy la situación de los chilenos es muy diferente a la que tenían hace sesenta años, cuando el país era pobre y dependía de otros para alimentarse y sobrevivir. Yo viví esa realidad, me crié, estudié y trabajé en medio de esa pobreza. Hoy el país ha alcanzado un desarrollo que lo elevó a los bordes del primer mundo. Su condición de socio de la OCDE habla por sí mismo. Es difícil llegar a pensar que queramos descender de nuestro nivel de vida, que comulguemos con teorías sociales absurdas y retrógradas, que queramos volver a nuestra triste realidad de los años sesenta. Las utopías son precisamente eso. Idealismos alejados de la realidad. Al final, siempre la realidad terminará imponiéndose como la gran verdad que es. Realidad que hoy está presente al instante, a causa de la hiper conectividad que hemos alcanzado. Nada se escapa realmente, nada se oculta totalmente, todo está a la vista en nuestros propios celulares y al momento.

Elevemos nuestros espíritu y oraciones, de la mejor manera que cada cual desee hacerlo, para que el futuro de nuestra nación traiga progreso y bienestar a todos su habitantes, no confusión y dolor.

Deja un comentario