Chile, ¿un nuevo Macondo?

En 1912  el Estado estableció el ramo Educación Cívica dentro del curriculum escolar. A mí me tocó vivir esa experiencia en el 5° Año de Humanidades en 1961, cuando independiente del ámbito político, se enseñaba la estructura del Estado y la Constitución vigente. Es decir, los fundamentos de la conducta cívica de los chilenos. Nadie que terminara la educación media en nuestro país podía decir que no conociera las bases políticas del funcionamiento de la República, ya que se lo habían enseñado por obligación en los colegios. Por lo tanto, entonces, los chilenos éramos ciudadanos más o menos ilustrados en el aspecto constitucional,  fundamental para respetar el orden público y fomentar una adecuada convivencia ciudadana. Era una enseñanza técnica, alejada de proselitismos políticos, en la cual también se analizaba la evolución histórica de las constituciones de Chile, desde los primeros albores republicanos con la constitución de Carrera en 1812, la de 1828, primera como tal, de Francisco Antonio Pinto, considerada modelo para la época y base de la de 1833, que estuvo vigente hasta la de 1925, esta última vigente hasta 1980 y, a partir de ese año, la actual.

Pero en 1998, durante el gobierno de Eduardo Frei Ruiz Tagle, se suprimió esta asignatura cambiándola por una vaga orientación al alumno sobre “Formación Ciudadana”, tal vez con la intención política de alejar a las generaciones jóvenes  de la figura de Augusto Pinochet, vinculado directamente con la Constitución de 1980. Sin embargo, esta modificación al currículo escolar dejó terreno fértil para insertar el proselitismo político en los estudiantes y a consolidar una creciente ignorancia sobre el funcionamiento del Estado.

Hoy se defiende la posibilidad de una nueva Constitución para la República de Chile. Bajo la pretendida espontánea demanda ciudadana para plantear esta alternativa, como necesidad imperiosa e indispensable para el progreso de todos, culpando en forma indebida a la actual carta fundamental de todas las deficiencias sociales de hoy, se llegó a la creación de una Convención Constitucional que definiría  una nueva estructura de la Nación y establecer otras  normas de convivencia ciudadana, más de acuerdo con la realidad contingente y la modernidad, al decir de sus promotores.

Me parece muy peligroso que un pueblo desinformado e ignorante, incapaz de entender lo que está en juego para el país, sea el que fomente la necesidad de  redactar una nueva Constitución que parta de cero, ignorando nuestra historia cívica y estructura social características, y que terminaría por ser aplicada a varias generaciones futuras, quedando atrapadas dentro de la concepción política de los redactores de esas normas no compartidas ni consensuadas por todos, quedando expuesta la ciudadanía al riesgo del desarrollo de un caos social no deseado por nadie.

He tenido la oportunidad de enfrentarme a esta realidad en forma muy directa. Son muchos los jóvenes nacidos después de los 90 que he contactado a través de mis actividades cotidianas como cualquier vecino, y cuando en medio del diálogo les he formulado algunas preguntas referentes a estos temas, estos han sido los diálogos. ¿Tú estás de acuerdo con crear una nueva Constitución? Me gustaría saber tu opinión. Casi todos decían ¡sí! con énfasis ¿Por qué? Les preguntaba a continuación, “porque la actual es mala y hay que cambiarla”, me respondían. ¡Bien! – les decía – ¿y qué quieres cambiar de ella? ¿la has leído? “no”-era la respuesta general- “no la he leído nunca”. Entonces – les planteaba yo- ¿cómo quieres cambiar algo que no conoces? Si yo te dijera que deberíamos cambiar el nombre de la principal avenida de Manila, porque está mal puesto, ¿estarías de acuerdo conmigo?  “no tengo idea ni dónde está Manila, no podría opinar” – era su respuesta. Entonces  ¿cómo quieres cambiar una Constitución que no conoces? Y ahí se quedaban pensando…

Creo tener un CI sobre el promedio chileno, que es de 89 puntos, en lugar 44  del mundo. El CI aceptado como normal es entre 90-100. De ahí que los chilenos, promedio, estamos un punto más bajo que el límite inferior de la normalidad. He leído una buena parte del Borrador de la Nueva Constitución y confieso que no he entendido gran cosa. Hay mucho tecnicismo legal y una gran perorata latera que se repite en muchos artículos. A ratos, me parecía  estar leyendo  a García Márquez con su realismo fantástico. Propone crear un país inexistente, otro Macondo. ¿En eso nos llegaremos a convertir? Es evidente que los chilenos no votaremos informados, me atrevo a pronosticar que no más del 10 % leerá algo del Borrador y de estos, con suerte el 2 % entenderá lo que está leyendo. Ya se sabe que el 60 % de los chilenos no entiende lo que leen, demostrado en diferentes estudios educacionales. Por eso, esta elección será un azar, y la opción en la urna estará motivada por cualquier causa, menos por el reconocimiento del desconocido texto sometido a evaluación. No estamos preparados para digerir eso. Por lo tanto, cualquiera de las dos opciones se podría dar. Dependerá de cuál flautista de Hamelin esté mejor afinado. A ese van a seguir los ratones… con suerte, porque al otro lo seguirán los niños y ya sabemos el final de ese cuento.

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