El día en que dejé de ser yo.

Me robaron mi maletín personal, el que llevo habitualmente a modo de bolso de mano con todas las pertenencias necesarias para desenvolverse en este mundo de hoy con múltiples exigencias: billetera, chequera, credenciales, licencias, tarjetas de crédito, llaves. Fue un descuido, lo sé, todos sabemos que hay que cuidar celosamente nuestras pertenencias. Pero ocurrió. Era un restaurante conocido, seguro y de buen nivel. Pero igual esa mujer se sentó detrás de mí, con sigilo destrabó el bolso del respaldo de mi silla y en un momento decidido salió bruscamente del lugar. No me percaté que llevaba mis cosas, lo confieso. Uno todavía vive creyendo que lo rodean gentes honradas. O que esos inconvenientes les pasan a otros, no a uno.

Después de los momentos imprescindibles de estupor, las autorecriminaciones y escuchar la solidaridad de mis amigos, había que hacer una evaluación de los daños y planificar las acciones a seguir. Me sentía como un cachalote varado en la playa. Sin identidad, inmóvil, sin dinero, sin llaves del auto ni de la casa, en ese momento no era nada ni nadie. No era yo mismo.

Primer intento, revisar las cámaras de seguridad para tratar de identificar a la ladrona. Negativo, no cubrían toda el área. Segundo, llamar al Cuadrante para hacer la denuncia o notificación: trámite largo, de resultado incierto, denuncia iría a la fiscalía…pérdida de tiempo, más bien. Tiempo precioso, más necesario para salir disparado a bloquear cuanta credencial era bloqueable, carné de identidad primero, cheques después, tarjetas de tiendas, de crédito…debo haber bajado dos kilos corriendo como un perseguido.

Mis oraciones iban dirigidas a desear que la ladronzuela, mujer joven, bien vestida, sin pinta de “pata mala”, solo anduviera detrás del dinero, que tal vez necesitara de verdad, pudiera estar cesante y con algún crío, abandonada del padre, como conozco a muchas. Y que se deshiciera del bolso con su contenido. Que no fuera parte de una banda dedicada a clonar credenciales. Hay relatos increíbles relacionados con estas situaciones.

Ya en la casa, cambié la combinación de la chapa de la puerta de entrada y obtuve nuevos juegos de llaves. Dormí con la conciencia más tranquila, pero con la inquietud de la incertidumbre del día siguiente cuando debiera ir al Registro Civil y a la Dirección del Tránsito. La recuperación de estas credenciales era lo más delicado, largo y complejo. Nuevos procedimientos completos y demoras incompatibles con el horario de trabajo.

Un ratero no se imagina el daño enorme que provoca en el afectado. Más que la pérdida del dinero mismo. Afortunadamente, Chile ha crecido en el manejo de gestiones de emergencia, los sistemas comunicacionales están funcionando bien y por teléfonos de pago liberado se puede bloquear los cheques y tarjetas de crédito en el acto. Dicom Equifax, además de bloquear la credencial, entrega un contrato de asesoría legal por un año, claro que a un costo razonable. Y el tamaño vivible que posee nuestra ciudad hace el resto, uno se puede desplazar rápido.

Al día siguiente ocurrió el milagro. Una llamada de Carabineros muy temprano me comunicó que el bolso había sido entregado en la 8ª Comisaría con todo su contenido intacto, excepto el dinero, como era de esperar. Un trabajador honrado lo encontró en un sitio eriazo cerca de la estación ferroviaria. Volví a ser yo mismo. Salí de la bruma hacia el sol. De la pesadilla, sólo quedó la resaca y el gusto amargo de haber sido violentado. Con cierta alegría seguí el camino inverso para desbloquear todos los elementos anulados el día anterior. Y mientras lo hacía, reafirmaba repitiendo como un mantra budista, debo ser más cuidadoso, debo abrir más los ojos, debo ser menos confiado, debo darme cuenta que vivimos rodeados de miles de ojos que nos observan para robarnos…parece algo paranoico. Pero real.

Viví las dos caras de la moneda en 24 horas. El despojo personal por parte de una persona deshonesta, necesitada o no, pero cruel en su comportamiento final, y la conducta de un individuo honesto que se toma la molestia de restituir lo robado sin alterar las pertenencias ni sacar ventajas del hallazgo casual. Quedan restos de cordura y generosidad para seguir confiando en el género humano después de todo.

Esta no la cuento dos veces.

Una respuesta a “El día en que dejé de ser yo.

  1. A veces,las lecciones que debemos aprender sobre nosotros mismos,para poder crecer,no vienen en envoltorios bonitos.
    Las normas de vida que aplicamos,muchas veces,experimentaran pequeñas variaciónes de forma imprevista,echar mano de la intuición o fuerza de voluntad para responder adecuadamente a estos inesperados acontecimientos . «esta no la cuento dos veces?»……

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